La noche del pasado domingo se publicó el Real Decreto-ley 9/2020, de 27 de marzo, por el que se regula un permiso retribuido recuperable para las “personas trabajadoras” por cuenta ajena que no presten servicios esenciales y en sus disposiciones transitorias y adicionales, además en un anexo, se concretan a qué “personas trabajadoras” y a qué sectores de la economía se refiere.
En las redes sociales se plantea mucho revuelo, probablemente porque no se lee completamente la norma -usualmente farragosa- y se prefiere el resumen noticiario, prestado por otro. El encierro afecta, también, a la “liquidez” de la lectura.
Martín González de Cellorigo, abogado, arbitrista y juez de los bienes confiscados por la Inquisición, en Valladolid (que tuvo que lidiar con numerosos concursos dentro del ámbito de su jurisdicción) en los siglos XVI-XVII, es el autor de un “Memorial de la política necesaria y útil restauración a la República de España y Estados de ella y del desempeño universal de estos Reynos”, que fue considerado una observación casi revolucionaría respecto a los economistas del siglo XVI.
Como su Memorial no es muy accesible (Archivo histórico de la Universidad de Granada) pero su actualidad resulta innegable, he considerado transcribiros largos párrafos de su contenido, para distraer los dolores de la lectura normativa y disipar los miedos de estos tiempos. Espero que os divierta su lectura.
El Memorial, dividido en tres partes, trata también de dar a conocer a los extranjeros la “firme estabilidad, que nuestra República, de el prudente y justo gobierno con que es gobernada, puede y debe esperar”, dirigida a Felipe III, tras la peste que asoló España en aquel tiempo.
Dice Cellorigo en la primera parte del Memorial, DE COMO NUESTRA ESPAÑA, por más fértil y abundante que sea, está dispuesta a la declinación en que suelen venir las demás Repúblicas:…”Porque estando tan empobrecido el reino y el patrimonio real tan alcanzado, y los nuestros tan atenidos a las rentas, da mucho que mirar al Príncipe por el mal común del Rey y Reino y de todos en general: que con la disminución de la gente se le disminuyen las fuerzas, cuyas rentas y grandez se sustentan en ella, la cual si como muere muriera también la falta que a los vivos hace y las obligaciones que contra el patrimonio real hay aun pudieres llevar. Pero quedando los contratos vivos y la gente muerta, es quedar la paga difunta y si no así alcanzada, porque no llegara ni puede llegar la paga del debe si falta la de el ha de haber, como es forzoso que falte si no le remedia, aunque los encabezamientos duren por la imposibilidad que habrá de pagarlos.
Y continúa “Esto es lo que tan al descubierto ha destruido esta República y a los que usan destoscensos, porque atenidos a la renta se han dejado de las ocupaciones virtuosas de los oficios de los tratos de la labranza y crianza, y de todo aquello que sustenta los hombres naturalmente, y esperando las pagas que no suelen venir tan puntuales toman al fiado con paga de más al contado, y dan en otros remedios para socorrer necesidades que los ponen en mayores, y si acierta haber un pleito de acreedores en la paga del censo, como los alimentos no admiten dilación, vienense a perder los que a esto están atenidos, mayormente cuando toca en gente honrada, que por no decaer del hábito y trato en que han estado, han de desamparar la vecindad de sus vecinos, y mudar de sitio para mudar de estado.
Estando esta ciudad con entera sanidad, en la celebración de la Pascua de Espíritu Santo del año pasado de mil y quinientos y noventa y nueve, a los treinta de mayo entró esta enfermedad tan a traición, que celebrándose la festividad y procesión del Santísimo Sacramento a diez del mes de junio siguiente, o porque la constelación había llegado, o porque los seminarios del contagio habían crecido, o porque el Señor fue servido con la multitud de la gente, se comenzaron a sentir enfermos muchos, y haberse tan declarado el mal, que luego se alborotó nuestra ciudad y poco a poco se fue encendiendo; de suerte que parecía venía convertido en un espíritu que discernía las cosas, con ser natural en los acontecimientos que hacía, en andar buscando los rincones de las casas, en esperar a los más cautos y herir a los más mirados, en llevar unos disimular con otros, en descuidar con el más mirados, en llevar unos y disimular con otros, en descuidar con el más descuidado y asir del más cuidadosos, en echar mano del más fuerte y no hacer caso del más flaco, en sanar al enfermo y matar al sano, a los que estábamos esperando su golpe nos parecía que traía nómina y padrón de los que habían de quedar vivos y de los que habían de ser muertos, y como los sucesos de esto pendían de los ocultos juicios de Dios a todos hacía andar con cuidado y a muchos sacó de pecado.
En cuanto a ser mal pestilente se echa de ver luego, aunque algunos médicos en nuestra ciudad no lo conocieron en sus principios y cuando se pudieran atajar grandes males, porque dijeron que no se pegaba y pareció después lo contrario por los mismos efectos. Lo cual fue causa para que no hubiese recato ni en la comunicación, ni en el contacto, ni en las visitas, que después visto el daño se excusaron estando ya encendido el mal. Fue error grande de la Física, porque, aunque todas las ciencias son ciertas y los que la profesan son los que la yerran. Debiase advertir en ella que, si a los principios no se pegaba, era por no haber llegado la malignidad de la constelación, ni estar los cuerpos dispuestos con la coherencia del mal, pero que llegada la fuerza del contagio a ser mayor y a disponer más los sujetos, había de obrar como en otras partes y no acordar, -en esto estuvo todo el daño, y lo estará donde esta constelación llegare. Y así por cuenta de las vidas de muchos se vio después el desengaño, el cual vino a tanto rompimiento que, entrando a las casas de los enfermos, inficionaba y mataba, y con sólo llegar a la ropa de un apestado morían los hombres, de tal manera que los que se salieron fuera solo por ir tocados al aire lo pasaron peor.
En cuanto a la medicina, es evidencia entre los que la profesan que el huir de la peste ha de ser con los tres requisitos, de que sea luego, y lejos, y volver tarde, y no el uno sin el otro; en los cuales casi todos los que se van y ausentan en todo faltan, y los que no en todo, en la parte que basta para pasarlo muy peor que los que quedan. Porque los que se van luego se quedan cerca, y los que lejos se salen tarde, y todos, o los más, compelidos del mal se vuelven presto y ajustando más mal a mal, y enfermedad que comienza a enfermedad que acaba hacen mucho peor su constitución, como se vio en nuestra ciudad, que cuando convalecía los que se salieron la entraron comenzando en sus dolencias los más dellos.
Los que alrededor de estos pueblos nos cercaron, como los que de ellos eran cercados, porque la vecindad de los unos cuando el cielo raya por medio del contagio no pudo dejar de tocar a los otros, a la forma de lo que sucedió en el cerco de Constantinopla en el año de setecientos y ocho, que aunque como es de creer los cercados no se comunicaban con los el cerco, se pasó de los árabes a la ciudad tanta peste que en ella murieron cien mil personas. Y, por el contrario, se ha visto otras veces en tales ocasiones pasar de los de dentro a los de afuera, sin más comunicación de la que se puede considerar de entre gente enemiga.
No han faltado advertimientos desto en neutros jurisconsultos, los cuales han hecho algunos tratados, de lo que la jurisprudencia de los casos acaecidos en tiempo de peste dispone, a cuyo propósito Francisco Ripa, en su tratado de peste y en los propios términos de nuestro caso, pone grandes avisos. Y Juan Bertaquino, Abogado Consistorial, para persuadir a sus Italianos, que sin prudencia y recato se salían en tiempo de peste de las ciudades a las aldeas, a que no lo hiciesen; les refiere lo que Apiano cuenta de una peste que hubo en los pueblos Antarios, los cuales dice que huyeron veinte y tres que los que en la ciudad estuvieran sanos salidos fuera enfermaban, y no hallando reparo a donde entendían hallarle se volvieron a sus casas.
De lo que están obligados los médicos en tiempo de peste por razón de sus oficios.
Tuvo esta ciudad sus trabajos de parte de los de dentro en lo tocante a la cirugía y medicina porque, puesto que algunos médicos, atenidos más al bien público y al de sus vecinos que al interés de la paga, asistieron a la obligación de sus oficios; todos los demás oficiales de este arte encarecieron sus oficinas de suerte que muchos padecieron de los que, siendo nobles y honrados, por no decaer de su punto, dejaron de ir a curar al hospital general y fueron mas socorridos de aquellos a quien incumbía curarlos. Y así es común resolución de Legistas y Canonistas que los magistrados y gobernadores los pueden compeler por todo rigor a que los curen de balde, y usen sus oficios sin aceptación de personas. Y en tales ocasiones es fuerza que los que gobiernan usen de este rigor, por lo menos señalado en cada parroquia, los médicos y cirujanos que fueren necesarios al bueno y cumplido expediente de los enfermos, con que se ahorrará de muchos daños, que son siempre en daño de sanos y de enfermos, limitándoles sobre todo, pues es de derecho el estipendio así en pobres como en ricos, porque no siendo igual será causa que se siga más la corriente del interés que no la del socorro de la vida y saludo de los enfermos.
Del daño general que esta enfermedad a nuestra España ha causado, por no saber dar prudente salida en los lugares donde entra.
Esta enfermedad pestilente, que tan afligidos tiene estos reinos, corre, habiendo comenzado por la villa de Santander y las demás montañas y lugares marítimos, desde el príncipe del año de noventa y seis; la cual según los Astrólogos se influye y proviene por constelación, que se causa de un particular respecto de algunos planetas o signos que la influyen en las partes que hallaron disposición, según su sujeto. De donde, dicen los médicos proceden los seminarios, por cuyo medio se ha esparcido este mal pro tantas partes, no dejando casa ni persona en los lugares donde entra que, en poco o en mucho, ahora sea por la influencia del cielo, ahora por el contacto pestilente seminario causado de los cuerpos apestados, vivos y muertos no haya tocado porque, corrompiéndose con ellos la sustancia del aire y haciéndose por esto la enfermedad popular y común, ha venido a hacérsela constitución del mal tan pestilente que a nadie perdona. Y esto es tan cierto que, cuando se quiera confesar a algunos médicos que sobre esta materia hemos visto disputar y afirmar no se peste, y que sólo los seminarios se hayan mezclado con el aire sin mudarle la sustancia, no pueden negar que, aunque no han hecho la enfermedad tan vulgar y perniciosa como lo hiciera si por corrupción del aire le mudaran la propia sustancia, han causado y obrado tan mala constitución en el mal y le han hecha en tanta manera pestilente, que mata pocos menos que el que mudó la sustancia del mismo aire, y, si difieren en el modo del obrar, son de una misma naturaleza, y el que ahora vemos en su tanto peor que el otro. La experiencia de lo cual ha mostrado por cuenta de las vidas de muchos que, habiendo poderosamente crecido por medio de la comunicación y alcanzado a los cohabitantes domésticos.
Del poco remedio que se halla en la física para este mal y cuán necesario es acudir a la medicina espiritual.
Reconociendo Francisco Ripa, nuestro Juriconsulto, en el tratado de peste que tenemos referido, el poco efecto que en esta enfermedad la medicina hace, dice que pues los médicos se sujetan a la fuerza del mal, sin hallar en él remedio, se use entre los que del se quisieren prevenir y curar de una receta, que para ellos les ordena de confexión de lágrimas y contrición pura de pecados, infundiendo en ella la confexión sacramental donde se lavan las culpas y curan las llagas, y asegura que ajustando todo esto al buen regimiento del ayuno y continuación de la virtud, será el remedio más eficaz para la preparatoria y precautoria añuque se ha de impedir la pestilente constitución deste mal.
De la resulta de males, que en el desconcierto y mal gobierno de los que quedan, a este mal siguen.
Por ser como es esta pestilente enfermedad, una tan gran desolación destos reinos que cae sobre otra no menos causada por las razones diferidas, da que sentir sus daños y oblíganos a procurar sus remedios, pero los que a vueltas destos vienen encubiertos son tan ladrones de casa, que deben dar mayor cuidado en pensar que, tras los males generales que este mal descubre, viene el que da ocasión a que el vulgo entienda que el Reino con muerte de tantos quedara rico respecto de las herencias, siendo ello contra toda buena política, pues como tenemos dicho, la mayor riqueza del Reino es la mucha gente, y lo más cierto que lso que quedaron heredado han de ser causa de mayor mal y pobreza. Por ser condición de ricos, y en particular de los que en otro tiempo sse vieron en necesidad, ensoberbecerse y sin curar de lo que antes tenían por ocupación honrada en el adquirir, y granjear la hacienda, sino vivir ociosamente con todos los vicios que la ociosidad causa: los que trabajan querrán holgar, los que servían querrán ser servidos, sin poner tasa en sus excesos, que es lo que más destruye a las Repúblicas.
Sucede también de este mal contra el común pensamiento de muchos, que entienden que han de abaratar las cosas habiendo de ser lo contrario: si las causas precedentes suelen sacar verdaderos y ciertos los efectos, a las buenas y prudentes consideraciones de aquellos que con buen celo de acertar lo consideren. Y puesto que podría ser que al presente sucediese así por la fertilidad de los frutos, que tras tanta esterilidad ha sido Dios servido de nos dar, para adelante no se puede esperar sino mucha carestía en todas las cosas que requiere la industria y trabajo de los hombres, en la cual de fuerza ha de haber falta según la condición de los nuestros. Lo uno, por la falta de gente que hay que acuda al labro y a todo género de manufactura necesaria al Reino, y lo otro, porque los que hubieran heredado desampararán el trabajo y seguirán la ociosidad, como se ve ya en lo que descubre la presente ocasión. Y así, si las cosas pasadas dan autoridad a las futuras, y por las unas se pueden regular los sucesos de las otras, parece que hace grande argumento a este propósito lo que Mateo Vilany Florentin, contemporáneo de Juan Boccacio, historiador de aquellos tiempos, nos propone en sus novelas, cerca de lso daños que se siguieron al mal de secas y carbuncos que entonces hubo y oprimió su ciudad de Florencia. De los cuales da bastante testimonio, en el poco tiempo que vivió, porque él y Juan Vilany, su hermano, historiadores de aquel tiempo, murieron del mismo mal, como Felipe Vilany, hijo del mismo Mateo Vilany, lo cuenta. Y porque aquel mal tuvo tanta semejanza al que ha corrido, así en lo que toca a su mala constitución como en los daños que de él resultaron, parce cosa conveniente poner lo que cuenta a la letra, traducido de su lengua vulgar.
Viose en los años de Cristo de su salutífera Encarnación de mil y trescientos y cuarenta y seis la conjunción de los tres superiores planetas en el signo de Acuario, de la cual conjunción se dijo por los Ástrologos que Saturno fue el señor de donde pronosticaron al mundo grandes y graves novedades, más en semejante conjunción por los tiempos pasados muchas otras veces se había visto la influencia de ella por otros particulares accidentes. No pareció ocasión de esta mortad, más antes divino juicio, según la disposición de la absoluta voluntad de Dios. Comenzóse en las partes de Oriente en el año dicho, hacia el Catayo y la India superior y en las otras provincias circunstantes a las marinas del Océano, una pestilencia entre los hombres de toda condición, de toda edad y sexo, que morían quien en dos y quien en tres días, y algunos tardaban en morir más; y acontecía que quien servía a estos enfermos, pegándosele este mal de aquella misma corrupción, enfermaban incontinenti y morían de la misa manera, y a los más se les hinchaba la ingle y a muchos debajo del brazo diestro o siniestro, y a otros en otras partes del cuerpo, que casi generalmente la pestilencia de este mal se demostraba con alguna hinchazón singular en el cuerpo apestado, y vino de tiempo en tiempo, y de gente en gente, aprehendiéndose. Y en el término de un año se extendió por la tercera parte del mundo, que se llama la Asia”.
Y, en llegando a este punto apareció, en el BOE, el Real Decreto-Ley 11/2020, de 31 de marzo, lo que me arrastró, sin querer otra vez, a lo oscuro de la caverna platónica.
Buen fin de semana, en casa,
Javier Carbonell
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